jueves, 16 de octubre de 2008



Es un escritor estadounidense nacido el 3 de febrero de 1947 en Newark, Nueva Jersey. Parte de su obra está ambientada en la ciudad de Nueva York. En su juventud tradujo poesía francesa, y fue también poeta antes de orientarse hacia la novela. También ha trabajado para el cine. Suyos son los guiones de Smoke, Blue in the Face y Lulu on the Bridge.
Mientras residía en
Brooklyn, obtuvo el Premio Médicis en 1993 por su novela Leviatán.



Biografía:
Sus padres habían nacido en los Estados Unidos, aunque eran originarios de Europa central. Su contacto con los libros es bastante prematuro, gracias a la biblioteca de un tío suyo, traductor. Empieza a escribir a los 12 años, antes incluso de descubrir el béisbol que tanto aparece en sus novelas. Entre 1965 y 1967, estudia en la Universidad de Columbia literatura francesa, italiana e inglesa. Empieza a traducir a autores franceses como Dupin y Du Bouchet y viaja a París. Volverá en 1967 para evitar ir a la Guerra de Vietnam, tratará de trabajar en el cine, aunque suspenderá el examen de ingreso al IDHEC. Escribe guiones para películas mudas que nunca se rodarán, pero que descubriremos más tarde en El libro de las ilusiones.
Durante los diez años siguientes, el trabajo será duro. Escribe artículos para revistas, empieza las primeras versiones de El país de las últimas cosas y de El palacio de la luna, trabaja en un petrolero, vuelve a Francia donde vivirá unos tres años (1971-1974) gracias a sus traducciones de
Mallarmé, Sartre o Simenon). También escribe poesías y obras de teatro de un acto.
En 1976 escribe su primera novela, Squeeze Play (recientemente editada por Alfaguara como
Jugada de Presión), bajo el pseudónimo de Paul Benjamin, una suerte de novela negra al estilo clásico de Raymond Chandler y Dashiell Hammett con la que obtuvo escaso éxito editorial. Poco tiempo después de divorciarse, la muerte de su padre le proporciona una pequeña herencia que le saca de apuros y le inspira para escribir La invención de la soledad. Se publica su libro en prosa Espacios blancos... Conoce a la novelista Siri Hustvedt, con la que se casará en 1981. Se publica en 1982 El arte del hambre.
Se empieza a reconocer a Paul Auster entre los grandes escritores. Entre
1986 (en que se publica Ciudad de cristal) y 1994 (Mr Vertigo), publica novelas mayores como El palacio de la luna y Leviatán. Vuelve al cine, y adapta junto al director Wayne Wang su relato corto El cuento de Navidad de Augie Wren. Smoke y Brooklyn Boogie se estrenan en 1995. El mismo Auster dirigirá Lulu on the bridge (1997), mal recibida por la crítica.
Vuelve a la novela con
Tombuctú (1999), El libro de las ilusiones (2002), La noche del oráculo (2004) y Brooklyn Follies (2005). En 2006 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
En el año 2006 publica
Viajes por el Scriptorium' y comienza también la que va a ser su segunda película como director The Inner Life of Martin Frost.
En 2008 publica su última novela hasta el momento: '
Un hombre en la oscuridad'.



Obras:
Novela
1976 - Jugada de presión
1987
La Trilogía de Nueva York
Ciudad de cristal (1985)
Fantasmas (
1986)
La habitación cerrada (
1986)
1988 - La invención de la soledad
1989
El palacio de la luna
En el país de las últimas cosas
1990 - La música del azar
1992
Leviatán
El cuento de Navidad de Augie Wren
1994 - Mr Vertigo
1997 - A salto de mata; crónica de un fracaso precoz
1999 - Tombuctú
2002 - El libro de las ilusiones
2004 - La noche del oráculo
2005 - Brooklyn Follies
2006 - Viajes por el Scriptorium
2008 - Un hombre en la oscuridad

Poesía
1990 - Pista de despegue
Desapariciones: Poemas (1970-1979) (antología publicada por editorial Pre-textos en 1997, traducción de Jordi Doce)

Cine
2007 - The Inner Life of Martin Frost - Director, Productor, Guionista
2001 - The Center of the World - Guionista
1998 - Lulu on the Bridge - Director, Guionista
1995
Smoke - Guionista
Blue in the Face - Director, Guionista
1993 - La Música del Azar - Actor

Ensayos
1990 - El arte del hambre
1993 - El cuaderno rojo (relatos cortos)
1996
El diablo por el rabo
¿Para qué escribir?
1997 - La soledad del laberinto
2003
Parte de accidente
La historia de mi máquina de escribir
2001experimentos con la verdad

Teatro
2000 - Laurel y Hardy van al cielo




Comentario sobre el libro Mr Vértigo:


En el caso de la novela Mr. Vértigo nos narra la historia de vida de Walter Rawley, un niño huérfano que se topa por casualidad con el Maestro Jehudi, judío de origen húngaro que lo persuade de que es capaz de enseñarle a volar. Sin nada que perder, Walt empieza una nueva vida junto a su maestro, una vieja anciana india y un joven negro tullido y muy inteligente. Pero las cosas no serán fáciles para el niño: antes de transformarse en Walt el Niño Prodigio y dominar el vuelo, deberá atravesar pruebas que desafiarán su integridad física y moral. La relación con su Maestro alternara entre el odio y el amor, entre el miedo y la ternura, entre el desprecio y la devoción. Y cuando Walt aprenda a dominar el vuelo, descubrirá que la historia recién comienza.Mr. Vértigo no es sólo la compilación de recuerdos de un anciano (el propio Walter, que recuerda su vida): es también un viaje a través del tiempo, recorriendo la historia de los Estados Unidos (la Gran Depresión, la Ley Seca, Hollywood, la posguerra). Es también un relato de aprendizaje, de sueños y de esperanzas, que a veces se cumplen y otras veces se ven frustradas. Auster parte del ancestral sueño humano de poder volar para contarnos una historia tan inverosímil como real.



Fragmento de Mr. Vértigo:

Yo tenía doce años la primera vez que anduve sobre el agua. El hombre vestido de negro me enseñó a hacerlo, y no voy a presumir de haber aprendido el truco de la noche a la mañana. El maestro Yehudi me encontró cuando yo tenía nueve años y era un huérfano que mendigaba monedas de cinco centavos por las calles de Saint Louis, y trabajó conmigo constantemente durante tres años antes de permitirme mostrar mi número en público. Eso fue en 1927, el año de Babe Ruth y Charles Lindbergh, precisamente el año en que la noche empezó a caer sobre el mundo para siempre. Lo representé hasta pocos días antes del crac de octubre del 29, y lo que hacía era más grande que nada de lo que esos dos caballeros hubiesen podido soñar. Hacía lo que ningún norteamericano había hecho antes que yo y nadie ha hecho desde entonces.
El maestro Yehudi me eligió porque yo era el más pequeño, el más sucio y el más abyecto.
–No eres mejor que un animal –dijo–, un pedazo de nada humana.
Ésa fue la primera frase que me dirigió, y aunque han pasado sesenta y ocho años desde esa noche, es como si todavía pudiese oír las palabras saliendo de la boca del maestro.
–No eres mejor que un animal. Si te quedas donde estás, habrás muerto antes de que acabe el invierno. Si vienes conmigo, te enseñaré a volar.
–No hay nadie que pueda volar, señor –dije–. Eso es lo que hacen los pájaros, y estoy seguro de que yo no soy un pájaro.
–Tú no sabes nada –dijo el maestro Yehudi–. No sabes nada porque no eres nada. Si no te he enseñado a volar antes de que cumplas los trece años, puedes cortarme la cabeza con un hacha. Te lo pondré por escrito si quieres. Si no cumplo con mi promesa, mi suerte estará en tus manos.
Era un sábado por la noche a principios de noviembre y estábamos de pie delante del Café Paraíso, una taberna fina del centro que tenía una orquesta de jazz compuesta por músicos de color, y vendedoras de cigarrillos con vestidos transparentes. Yo solía merodear por allí los fines de semana tendiendo la mano, haciendo recados y buscando taxis para los ricachos. Al principio pensé que el maestro Yehudi era sólo un borracho más, un rico buscador de alcohol que se tambaleaba por la noche vestido con un esmoquin negro y un sombrero de copa de seda. Su acento era extraño, por lo que me figuré que no era de la ciudad, pero eso me tenía absolutamente sin cuidado. Los borrachos dicen cosas estúpidas, y el asunto aquel de volar no era más estúpido que la mayoría de ellas.
–Si subes demasiado alto por los aires –dije–, puedes romperte el cuello cuando bajas.
–Hablaremos de la técnica más tarde –dijo el maestro–. No es una habilidad fácil de aprender, pero si me escuchas y obedeces mis instrucciones, los dos acabaremos siendo millonarios.
–Usted ya es millonario –dije–. ¿Para qué me necesita?
–Porque, mi desgraciado golfillo, apenas tengo dos monedas para que tintineen la una contra la otra. Puede que te parezca un capitalista sinvergüenza, pero eso es sólo porque tienes serrín en lugar de cerebro. Escúchame atentamente. Te estoy ofreciendo la oportunidad de tu vida, y sólo tendrás esa oportunidad una vez. Tengo billete para el Blue Bird Special que sale a las seis treinta de la mañana y si no subes tu esqueleto a ese tren, ésta será la última vez que me veas.
–Todavía no ha contestado usted a mi pregunta –dije.
–Porque eres la respuesta a mis plegarias, hijo. Por eso te necesito. Porque tienes el don.
–¿Don? Yo no tengo ningún don. Y aunque lo tuviera, ¿cómo iba usted a saberlo, Señor Elegantón? Sólo hace un minuto que ha empezado a hablar conmigo.
–Te equivocas otra vez –dijo el maestro Yehudi–. Llevo una semana observándote. Y si crees que a tus tíos les daría pena que te fueses, entonces es que no sabes con quién has estado viviendo durante los últimos cuatro años.
–¿Mis tíos? –dije, comprendiendo de repente que aquel hombre no era ningún borracho de sábado por la noche. Era algo peor que eso: un inspector de escolarización, y, tan seguro como que estaba allí de pie, me encontraba metido en la mierda hasta las rodillas.
–Tu tío Slim es un caso perdido –continuó el maestro, tomándose su tiempo ahora que tenía toda mi atención–. Yo no sabía que un ciudadano norteamericano pudiera ser tan tonto. No sólo huele mal, sino que es miserable y más feo que Picio. No me extraña que te hayas convertido en un pilluelo con cara de comadreja. Tu tío y yo tuvimos una larga conversación esta mañana, y está dispuesto a dejarte marchar sin que un solo centavo cambie de manos. Imagínate, muchacho. Ni siquiera he tenido que pagar por ti. Y esa cerda rolliza a quien llama su esposa se quedó allí sentada y no dijo una palabra en tu defensa. Si eso es lo mejor que has podido encontrar como familia, tienes suerte de librarte de ellos. La decisión es tuya, pero aunque me rechaces, quizá no sería muy buena idea que volvieses. Se llevarían una desilusión al verte, te lo aseguro. Se quedarían mudos de pena, no sé si me entiendes.
Puede que yo fuese un animal, pero incluso el animal más inferior tiene sentimientos, y cuando el maestro me dio esta noticia, me sentí como si me hubiesen dado un puñetazo. El tío Slim y la tía Peg no eran nada sensacional, pero yo vivía en su hogar y me dejó seco el enterarme de que no me querían. Después de todo, yo sólo tenía nueve años. Aunque era duro para esa edad, no era ni la mitad de duro de lo que fingía ser, y si el maestro no hubiese estado mirándome en ese momento con aquellos ojos oscuros que tenía, probablemente habría comenzado a berrear allí mismo, en la calle.
Cuando pienso ahora en aquella noche, todavía no estoy seguro de si me estaba diciendo la verdad o no. Puede que hubiese hablado con mis tíos, pero también es posible que se hubiese inventado toda la historia. No dudo de que los había visto –sus descripciones eran clavadas–, pero, conociendo a mi tío Slim, me parece casi imposible que me hubiese dejado ir sin sacar algún dinero del asunto. No digo que el maestro Yehudi le estafara, pero dado lo que sucedió después, no hay duda de que el muy bastardo se sintió perjudicado, tanto si la justicia estaba de su lado como si no. No voy a perder el tiempo ahora preguntándome por eso. El resultado fue que me tragué lo que el maestro me dijo, y a la larga eso es lo único que vale la pena contar. Me convenció de que no podía volver a casa, y una vez que acepté eso, me importó un comino lo que fuera de mí. Así es como él debía querer que me sintiera, completamente desconcertado y perdido. Si no ves ninguna razón para continuar viviendo, es difícil que te importe mucho lo que pueda ocurrirte. Te dices que desearías estar muerto y después de eso descubres que estás listo para cualquier cosa, incluso para un disparate como desaparecer en la noche con un extraño.
–De acuerdo, señor –dije, bajando la voz un par de octavas y dirigiéndole mi mejor mirada asesina–, ha hecho usted un trato. Pero si no cumple conmigo como ha dicho, puede usted despedirse de su cabeza. Puede que yo sea pequeño, pero nunca permito que un hombre olvide una promesa.


Paginas de interes sobre Mr. Vértigo.
http://nitsuga.diinoweb.com/files/auster,%20paul%20-%20mr%20vertigo.pdf

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